Malix Editores y los escritores peninsulares en la FIL Guadalajara
Del 29
de noviembre al 7 de diciembre se celebró en Guadalajara la Feria de libro más
importante de Iberoamérica, y en esta ocasión rompió récord de asistencia con
casi un millón de visitantes. Contribuyó a esto Barcelona como invitada de
honor lo que hizo que el ambiente se sintiera fraternal al acercarnos a sus
autores y narrativas locales. Había un espacio dedicado a Carlos Ruíz Zafón y
su tetralogía El cementerio de los libros olvidado una especie de set cinematográfico
en el que uno podía adentrarse a su mundo mágico.
La presencia de Chimamanda Ngozi Adichie
y Richard Gere hizo que sus fans obstaculizaran todas las entradas a las
diferentes salas pues hicieron más de tres horas de fila para entrar a sus conferencias.
Acudimos a la FIL escritores de Malix
Editores y Grupo Vértice entre los que nos encontrábamos Diego Covarrubias,
Adriana Gómez, Gabriela Domínguez (Gadoba), Lil Fernández, H. Samuelson,
Gabriela Segura, Luciano Núñez y Mariel Turrent cada uno presentando su obra y
las diferentes antologías en las que participamos. La charla se realizó en
torno a un tema en específico: el lenguaje del dese, bajo el entendido de que el escritor es un
especulador del deseo; ofrece experiencias, la inmersión en emociones, cercanas
o remotas, que muchas veces no podemos comprender pero encarnamos de tal forma
que sin darnos cuenta nos habitan.
Además, pudimos pasar momentos inolvidables
con otros colegas escritores peninsulares como María Elena Gonzáles, Pavo Goff
y Mayo Ponce. Y convivir con escritores consagrados como Jorge F. Hernández quien
después de presentar su libro Alicia no miente y hacernos reír a
carcajadas, generosamente nos invitó a compartir con él la cena. Interesantísima
la charla de Bernanrdo Esquinca, Liliana Blum, Mónica Ojeda y Ferrán García. Ni
qué decir del encuentro de cuentistas que durante tres días presentó maravillsos
autores como Jan Carson de Irlanda del Norte, Andrés Montero de Chile, Laksmi
Pamuntjak de Indonesia, Huda Al-Naemi de Qatar entre otros muchos más.
El programa de la FIL es inabarcable, pero lo más importante es que los autores peninsulares ya estamos teniendo presencia, nos empezamos a notar y hacemos comunidad. Esperamos que pronto exista un stan que represente a nuestro estado y nos acoja para tener una mayor representación.
Aquí compartimos nuestra presentación:
12:30 a 13:20
Salón D, Área Internacional
El lenguaje del deseo
Autores: Mariel Turrent, Diego Covarrubias, Adriana Gómez, Gabriela Dominguez (Gadoba).
Presenta: Lil Fernández Osorio
Editorial Malix Editores
Da clic aquí para obtener la lista de los libros electrónicos que te estamos obsequiando en el marco de la FIL Guadalajara 2025.
Presentación de Lil Fernández
El lenguaje del deseo: cuento
Buenas tardes. Sean todos bienvenidos. Soy Lil Fernández y
me da mucho gusto estar aquí en la FIL Guadalajara moderando esta mesa sobre el
lenguaje del deseo en el cuento, un género que también forman parte de mi
propio trabajo como escritora.
Los que escribimos cuento sabemos que la brevedad no
simplifica: condensa. Condensa emociones, tensiones y decisiones que, en
pocas páginas, dejan ver aquello que realmente mueve a los personajes. El
deseo.
No me refiero sólo al erótico, sino al impulso, a esa
pulsión que desde lo emocional nos lleva por caminos a veces irracionales.
Cuentistas como Diego Covarrubias cuya narrativa son pequeños artefactos literarios, en los que Diego armados con ingenio y originalidad, sus cuentos son en sí mismos metáforas lúdicas de los grandes temas de la vida, maquinados con astucia borgiana y un lenguaje elocuente, Mariel Turrent de innegable oficio literario y prosa de gran finura con atisbos del humor de la vida cotidiana y hasta juegos eróticos. La narrativa de Adriana Gómez nos permite ver, bajo la superficie opaca de la vida, una verdad secreta. Busca la palabra exacta, en su narrativa nada sobra y nada falta, todo está construido minuciosamente y en especial sus diálogos que muestran con eficacia a sus personajes. Gabriela Loman escribe en primera persona con una prosa fresca, ligera, llena de humor. Su personalidad emana en cada frase con comentarios sobre la vida cotidiana que provocan siempre la carcajada.
El cuento y el relato corto viven un renovado interés entre
los lectores. No solo porque permiten entrar rápidamente en una historia, sino
porque responden bien a la intensidad narrativa que buscamos hoy: historias
breves, pero con un núcleo muy claro.
Hoy contamos con cuatro escritores que, desde distintas perspectivas, trabajan el deseo: ya sea desde la intimidad, la tensión psicológica, lo fantástico o lo social. Y esa diversidad es una muestra de lo vivo que está el género.
Participación de Mariel Turrent
Presenta sus libros Oveja Negra, Hasta el último vuelo y Cuentos mortificaciones y otros trastornos.
Semblanza
Escritora cancunense, cofundadora de Malix Editores. Ha publicado las novelas Oveja Negra (2021), Hasta el último vuelo (2018), Cuentos, mortificaciones y otros trastornos (2025, cuento) y los poemarios Desnudeces de agua (2001), En el profundo oleaje de nuestros amores (1999), La Jornada del Viento (1998). Galardonada con Premio Rey Ocho Venado, en el X Encuentro Internacional de Mujeres Poetas (2002), primer premio en el Concurso de cuento "Rafael del Pozo y Alcalá" (2021) organizado por Grupo Vértice, y el Galardón Sasil 2023 del Consejo Ciudadano para la Cultura y las Artes de Quintana Roo (CCCAQR) por su trayectoria de más de treinta años.
El lenguaje del deseo
Hace unas semanas, al terminar un taller con el escritor Agustín Labrada sobre cómo escribir narrativa testimonial, platicábamos camino al estacionamiento que los escritores escribimos de lo que conocemos. En eso me dice, así con su tono cubaaaano, pausado y cantadito: “Oooye, esa escena tuya de la Oveja Negra en el velero…”. Y ahí le dejó su canto esperando mi confesión. Entonces yo le dije que era un deseo. Un deseo que había hecho realidad gracias al lenguaje. Me despedí y me fui recordando ese deseo que tuve hace años de consumar una historia de amor en un velero.
En mi primer intento quise casarme navegando en un velero, no solo no se pudo organizar ahí, sino que la boda se canceló unos días antes. No me casé.
En el segundo intento, mi enamorado y yo naufragamos por un mal tiempo y el romance en alta mar tampoco se dio.
Como la tercera es la vencida y la
literatura es el lenguaje del deseo, cumplí mi fantasía escribiéndola. Pero lo
más lindo de todo es que ese deseo no solo lo consumé yo con esa escena en mi
novela Oveja Negra, sino quienes la leen y gracias a las imágenes de mis
palabras lo viven también. Recuerdo a una muy recatada amiga mía confesándome
que mientras leía esa escena en un avión de pronto sintió que se le subía la
sangre y el corazón le latía y que los vecinos de asiento se daban cuenta de la
voluptuosidad que emanaba ella y del libro. No sé si aquello fue el detonador,
pero unos meses después, logró enterrar un matrimonio que ya había muerto,
renació al deseo y dejó de ser recatada.
Y bueno, a
propósito de deseos, voy a leer este cuento que aparece en la antología de
Malix Editores Ladro, luego escribo VI, un libro en el que aparecen
antologados varios de los autores que presentamos con relatos cortos, poemas,
microcuentos; un libro maravilloso por la variedad de temas y estilos.
Muchos años después, me ofrecieron un trabajo en Monterrey. Ahí conocí a Lynda y descubrí quién era gracias a que en el elevador me pidió que “puchara el lobby”. Me hizo gracia y le conté que mi abuela tenía una amiga llamada Mirthala que usaba esa palabra. Resultó ser su abuela y la relación nos convirtió en "primos". Al ponernos al día supe que su abuelo había muerto e inmediatamente recordé que era él quien debía enterrar a Mirthala con el portabusto; la imaginé viuda llevando entre sus generosos pechos su deseo post mortem escrito con letras grandes y rojas en un papel.
Yo estaba con Lynda cuando recibió la noticia de la muerte de su abuela. No tenía por qué acompañarla a Laredo, pero confieso que me ofrecí a llevarla impulsado por el morbo de volver a ver los senos de Mirthala. De camino imaginaba una gran fila de admiradores de todas las edades esperando su turno para ver por última vez el objeto de su inspiración, esos frutos enormes y jugosos motivo de los sueños más húmedos que cualquier hombre hubiera podido tener.
Fue triste encontrar la sala del velatorio casi vacía. Solo estaban los familiares más cercanos a los que Lynda corrió a abrazar mientras yo me quedé apartado, esperando el momento propicio para consumar mi deseo.
Cuando ella finalmente me hizo una seña para que me acercara. Les di el pésame y le dije que me retiraba. Tenía una fracción de segundo para darme la vuelta y salir, o dirigirme a hacia la muerta y saciar mi retorcido impulso antes de marcharme.
Opté por acercarme despacio, con el corazón adolescente alterado. A medida que me aproximaba pude ver la cima de aquellas montañas voluptuosas, tal como lo imaginaba, sus senos prodigiosos dominaban el interior del féretro. Entonces, vi la cara anciana de Mirthala y se esfumó el latido del niño que habitaba mis entrañas. Salí de ahí apresurado para que nadie me viera llorar.
Participación de Diego Covarrubias
Presenta su libro El juicio de los libros
Semblanza
Cancunense desde 2005. Ha perfeccionado el oficio de su pluma en talleres de escritura de reconocidos escritores. Tiene dos libros publicados: Entre la memoria y la imaginación, editorial Malix 2022 y El juicio de los libros y otros cuentos irreverentes, editorial Global Design, 2024. Ganó el segundo lugar en el primer concurso estatal de cuentos de Quintana Roo “Rafael del Pozo y Alcalá”. Sus cuentos aparecen en diversas antologías como Ladro, luego escribo, de Malix Editores, la del Concurso Internacional de Cuento Libre 2024 que organiza el Festival Rulfiano de las Artes y Tempus de Borges, editada por La Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
La mujer de la bufanda
La vi entrar en un parque. Corrí tan rápido como me lo permitió la torpeza de mi impaciencia. La busqué inútilmente entre los senderos que serpenteaban debajo de los árboles y desembocaban alrededor de la fuente y, justo cuando estaba por desistir, la vi salir del otro lado del parque, y regresar al vértigo de la calle ajena a mi persecución.
Traté de alcanzarla, pero parecía moverse impulsada por el viento. Pasó enfrente de un café cuyas mesas invadían impunemente el territorio de la banqueta, y luego, se camufló en el follaje de una espesa multitud. Llegué jadeando al café y, para recuperar el aliento, me apoyé en una de las mesas que, para mi sorpresa, estaba ocupada. Un hombre vagamente familiar escribía algo en una computadora.
—Perdón por la interrupción —me disculpé— ¿Vio pasar a una mujer que usaba una bufanda?
—Sí —me contestó.
—¿Me podría decir por dónde se fue?
—Con mucho gusto —me dijo— brincó al párrafo de abajo.
Me sujeté con ambas manos a las letras “r” de la palabra “párrafo” y me asomé al fondo de la hoja. Estaba vacía.
—Pero la hoja está vacía —le dije—, no hay ningún párrafo de abajo.
—Lo sé.
—Y si lo sabe, ¿por qué me dijo que estaba ahí? —le reclamé al escritor.
Hizo una pausa para apaciguar mi ímpetu, y sonriendo, como si estuviera jugando conmigo, me dijo:
—Porque estoy a punto de escribirlo. ¿De qué color quieres que sea la bufanda?
Participación de Adriana Gómez
Presenta su participación en el libro Ladro, luego escribo VI
Semblanza
Periodista, diplomática y comunicadora, decidió un día contar sus propias historias. Desde hace tres décadas vive en un mundo en inglés, pero afirma con vehemencia soñar en español. Tiene una hija poeta, y por ello presenta con humildad sus textos en los que comparte su vida a caballo en tres continentes: CDMX, Madrid y Washington DC donde vive. Salió con prisa de León, Guanajuato, donde nació, para años después descubrir que ahí estaban las mejores historias.
—A ver si eres tan lista, léeme la mano.
Ana Rosa tomó la mano morena de dedos finos y con su índice fue trazando las líneas.
—Tendrás una larga vida —le dijo Ana Rosa, mientras tocaba la línea en diagonal que salía por encima del pulgar y pensaba para sus adentros: “Larga, demasiado larga, para seguir jodiendo la vida a los demás”.
Ambas se encontraban sentadas al centro del salón de tercero de secundaria, justo al terminar la clase de historia. El sol de la tarde traspasaba los cristales de las ventanas enrojeciendo aún más los ladrillos de los muros interiores.
—La línea del corazón, que se desprende de la línea de la vida, es larga también. Tendrás muchos amores —dijo Ana Rosa.
Emilia se regocijó con su risita petulante y le dijo:
—Para eso no necesito que me leas la mano. Ya lo sé. —Y se contoneó en la silla del pupitre, enfundada en el uniforme de cuadritos azul y blanco, moviendo las nalgas de un lado a otro y entornando los ojos como recordando sus fajes en el cine.
—Va la última, la de la cabeza —dijo Ana Rosa, tocando con sus dedos adolescentes la línea que nace por debajo del meñique—. Es corta —susurró Ana Rosa— pero tienes suerte porque se compensará con las de la vida y el corazón —dijo sin mirarle, para que no descubriera la burla en sus ojos.
—¿Y el monte de Venus? —preguntó Emilia, apresurándose porque la monja entraría de un momento a otro—. ¿Qué puedes leer en mi monte de Venus?
—Es protuberante. Veo mucha pasión. Mucha y generosa —exclamó Ana Rosa.
Varias de sus compañeras ya se habían acercado y rodeaban a la pitonisa y a la complaciente Emilia. Aprovechando la creciente audiencia y para dar un toque de sorpresa, Ana Rosa acercó la mano de Emilia a sus lentes gruesos de miope.
—Veo un punto negro en el centro de tu monte de Venus. Déjame ver con cuidado de qué se trata. Ummm… Es extraño. Solo unos pocos tienen este punto. No es buena señal —dijo Ana Rosa.
—¿De qué hablas, imbécil? —le espetó Emilia, mientras le arrebataba su mano y la resguardaba bajo su mano derecha. No podía ocultar su nerviosismo y la atención de la media docena de compañeras que las rodeaban, la puso aún más tensa.
—Sé que no te va a gustar, pero esos puntos indican que te volverás frígida. O sea, dejarás de sentir placer sexual. La única forma de evitarlo es que elimines esa mancha —sentenció Ana Rosa—. Todas las noches, tendrás que usar un estropajo y cloro para tallar ese punto y eliminarlo.
—Mentirosa, eres una mentirosa. Tú y tus lecturas de mano son una farsa. A mí no se me terminará nunca la pasión. ¡Nunca! ¿Lo oyes? Eso es lo que a ti te falta. Pasión y una buena cogida. ¿Quién te va a coger con esos lentes de fondo de botella y tus lonjas de cerdo? Eres un asco. Una mierda —gritaba Emilia, con lágrimas en los ojos, mientras algunas compañeras reían con complicidad con Ana Rosa y otras, amigas de Emilia, la abrazaban como protegiéndola e insultaban a la lectora de la mano.
—¡Niñas, niñas! ¡Oooooorden! ¿Qué pasa aquí? —exclamó la monja Eugenia con su acento castellano, cuando entraba al salón de clases.
Todas volvieron a sus pupitres y nadie dijo ni mu. Solo se escuchaba un sollozo callado al fondo del salón, donde las burras solían sentarse. Era Emilia, con su cabeza gacha.
Esa noche, antes de meterse a la cama, Emilia fue a la cocina. Tomó un estropajo de hilos metálicos y un botellón de cloro. Se los llevó escondidos debajo de su camisón satinado de algodón y se metió al baño. Vertió un chorro de ese liquido amarillento sobre la palma de su mano y comenzó a frotar y frotar. A partir de ese momento, su prioridad fue quitar la mancha.
Washington, 14 de enero 2025
Participación de Gabriela Domínguez Basañez
Presenta el libro Memorias de un pendejo
Semblanza
Estudió diseño gráfico en la Universidad Iberoamericana. Actualmente es escritora y artista que sabe plasmar historias y colores por igual. Autora de los libros Memorias de un Pendejo (2018) y Memorias de un Pendejo 2 (2021), en los que Gadoba nos regala anécdotas familiares y personales llenas de humor y realidad. Además de su talento para contar historias, es una artista que transforma muros y pizarrones en auténticas obras de arte. Su habilidad para jugar con las palabras y los colores la ha convertido en una figura destacada tanto en las redes sociales como en su comunidad. Actualmente vive en Cancún con su esposo.
El deseo de un pendejo
Me parece que los deseos tienen vida propia, me dijo mi hija comentando el título de la presentación.
Y pensando en ellos, me acordé de uno de los deseos cumplidos de mi papá, que fue el de llevarnos a sus hijos cada domingo al puesto de periódicos a comprarnos lo que él llamaba un cuento, un cuento que en realidad era un comic. “Cuando lleguemos a la casa se los voy a leer”, nos decía.
Y sí, cuando llegábamos a la casa, mi papá se acostaba en su cama y nosotros corríamos a ganar el lugar junto a él para ver mejor el cuento y estar cerquita de él, nos leía cuatro cuentos, porque somos cuatro hermanos y nos compraba uno a cada uno.
Y aunque ya medio sabíamos leer; ver y escuchar esas historias de la voz de mi papá era como viajar a la imaginación todos juntos en un camión, un viaje del que no nos queríamos bajar. Él tenía una hermosa voz tranquila y pausada, dándole la entonación correcta sin exagerarla: La pequeña Lulú, Archie y sus amigos, Gasparín, Spiderman de los cuentos que escogía mi hermano, Sal y Pimienta y muy en contra de la voluntad de mi mamá Sussie historias de amor, en las que en las ilustraciones se veía claramente como los novios se besaban en la boca.
Yo después de leer mi cuento agarraba y le cambiaba los diálogos, no sé qué les escribía, pero mi papá lloraba de la risa cuando los leía.
La actividad de la lectura con mi mamá era muy diferente, esa mujer es tremenda, ella se esperaba a que se hiciera de noche y entrara “un norte”, que empezaran los rayos, los truenos y los relámpagos, a que el aire se metiera por las ventanas y chiflara horrible, que se fuera la luz para que estuviera en total obscuridad y ahí con el set bien puesto y bien armado, iba por una vela encendida y su libro de Gustavo Adolfo Bécquer, y ¿por qué no leernos El Monte de las animas?
“¿Qué es ánimas?”, le pregunté a mi mamá la primera vez que nos lo leyó.
Coño, ¿para qué pregunté eso?
“Son las almas de todos los muertos que bajan caminando por un monte”.
Pasu mecha, se me erizaron los pelos.
La verdad es que también nos leía de la mitología griega, y no sé de verdad cuál era su deseo real, pero si era el de darnos cultura y espantarnos, solo logró espantarme porque de la mitología griega, no me acuerdo de casi nada.
A mi mamá le gusta mucho leer y escribir, publicó tres libros y está trabajando en el cuarto, y sigue así, dramática e histriónica.
Mi papá fue un gran lector, y aunque nunca lo vi escribir hasta el último día en que lo vi dijo que iba a escribir un libro que se llamaría Memorias de un pendejo, pero ese deseo no lo pudo cumplir, porque se murió.
Pero como bien dijo mi hija, el deseo es algo que quiere venir a la vida y, si tú no le das vida, va a encontrar la forma a través de alguien más.
Al mes de la última vez que mi papá dijo que escribiría su libro, comenzó a escribirse. Ese deseo fue mi herencia.
Memorias de un pendejo
Mi papá murió en enero, creo, o febrero, ya ni sé. Sí sé que fue de este año, ya nada más faltaba que no supiera eso. Nunca he sido buena para acordarme de las fechas de los cumpleaños, menos me quiero a acordar de esta. Pero, bueno, el tema es la herencia.
Después de la impresión de la muerte de mi papá, el enojo, la tristeza, los porqués, las culpas, los reproches y todo eso, pasé a cuestionarme una cosa: ¿Me habrá dejado algo mi papi? Al mismo tiempo, me daba risa, porque mi papá... pues no tenía mucho dinero que digamos, pero de todas formas nos daba ilusión, a mis hermanos y a mí, pensar que nos amaba tanto que nos había querido dejar algo.
Yo me imaginaba estar en el despacho de un abogado, leyéndome lo que iba a recibir, así como en las películas: “Y a mi muy amada y consentida hija Cutití, la que más quise de todos le dejo el rancho y las mueblerías de Coatzacoalcos, las joyas del tesoro del barco pirata, el Rolex de oro con incrustación de dientes de perro y la cantidad de ocho (‘perdón, perdón’, decía el abogado: ochenta millones de pesos”), así me imaginaba ese momento.
Pero no, no nos dejó ni madres. Nos llevamos algunas cosas que tomamos de su cuarto: playeras, suéteres, pants, cartas que le habíamos escrito y que tenía guardadas en sus cajones, fotos, más fotos, una bufanda, y con todo esto, su olor, y con su olor, los recuerdos.
Música, cariños, apapachos, sus manos, paciencia, impaciencia, amor a los animalitos, los gatitos, los perros, los pajaritos, a la playa, a los niños, al ejercicio, a la naturaleza, a las risas y a las carcajadas de estar diciendo puras tonterías que él solito inventaba. Inventaba palabras, apodos y cosas para estar fastidiando. Si estabas dormido, llegaba a taparte la nariz, el pesado, le fascinaba contar anécdotas de su juventud una y otra vez nada más para estarse riendo a lo menso. Así era él.
Siempre decía: ‘Un día voy a escribir un libro que se va a llamar Memorias de un pendejo’ y se carcajeaba. A mí eso, me daba muchísima risa también.
Después de varios días de que murió mi papá, le dije a mis hermanas. ‘Ya sé cuál es la herencia de mi papi: ¡El título del libro!’ Desafortunadamente, ya no las va a escribir él. Así que, bueno, lo haré yo, y serán mis memorias, mis historias y mis pendejadas.
Gracias Papi, te quiero mucho, te quiero siempre, te quiero hasta el cielo. Cutití.
13:30 a 14:20
Salón D, Área Internacional
El lenguaje del deseo
Autores: Luciano Núñez, Lil Fernández, H. Samuelson, Gabriela Segura.
Presenta: Mariel Turrent
Editorial Malix Editores y Grupo Vértice
Presentación Mariel Turrent
Participación Luciano Núñez
Presenta los libros Magníficens Cancún, Q36 y Q16
Semblanza
Desertor de oficinas, escritor, periodista, editor, tenista y melómano. Nació en Tucumán, Argentina, estudió Comunicación Social por la Universidad Nacional de Catamarca, UNCA, trabajó en varios medios de comunicación de Argentina y México, además de la agencia internacional EFE. Actualmente radica en Cancún, Quintana Roo, donde se desempeñó como director de Comunicación Social. Director y fundador del portal Grupo Pirámide y la página cultural Vértice. Ha escrito los libros Voces que vuelven (periodismo cultural), Tan lejos y otra vez en casa (poesía), la novela Magnificens Cancún (Editorial MAPorrúa), el poemario Genuinos son los lunes y Crónicas desde Cuba.
El deseo, los pescaditos, las abejas y las inutilidades
Como antologador o como escritor, al hacer un libro siento el deseo, el orgullo o el sinsentido de Aureliano Buendía: aquel personaje de García Márquez en su novela Cien Años de Soledad, en la que Úrsula no lograba entender el negocio del coronel: que cambiaba los pescaditos por monedas de oro, y luego, convertía las monedas de oro en pescaditos, y así sucesivamente. “En verdad, lo que le interesaba a él no era el negocio, sino el trabajo”.
En mi caso: hago cada libro para poder experimentar el deseo cumplido, la excitación de sentirme completo en cada verso, en cada párrafo. Disfruto los procesos. La autogestión editorial suele ser el peor negocio en la vida empresarial. Ojo: siempre dicho esto con el más severo orgullo. Porque pienso que el mejor arte surge del deseo, pero nace y crece de forma independiente: sin filtros y sin corsets institucionales.
El origen de mis libros, así como de mis antologías Q18 y Q36, es el deseo de compartir y, como casi todo en la vida: emotivo. Hacer cada libro es conectar, unir, entregar y consolidar un grupo literario: es fraternidad.
Hice mi novela Magnificens Cancún porque deseaba homenajear una época, inmortalizar un puñado de amigos que inspiraron los personajes. Lo mismo sucedió con las antologías quería honrar el trabajo de los y las poetas de Quintana Roo. Porque pienso que la literatura simplemente brota. Brota en las calles, en los camiones, en el trabajo, en las noches de desvelo, en el infortunio. En el mar o y en la selva. Brota de alegría o de nostalgia por lo perdido. Brota y andaba por ahí, dispersa. Y la función de un antologador es reunirla, coserla, acunarla, para que esté hoy aquí con nosotros.
Y hacemos poesía y hacemos literatura porque, aunque no cabalgue con los valores del mercado actual, y nadie cambie poemas por manzanas ni entradas de cine, confiamos que la literatura es un artículo de primera necesidad, que nos hace sentir que vida no sea solo levantar la piedra, como Sísifo día con día. La poesía le da sentido a aquello que está más allá y nunca sabremos dónde.
La utilidad de lo inútil
Hace años cayó en mis manos el libro titulado: La utilidad de lo inútil. En este, Ovidio nos recuerda que, de la poesía, no se puede extraer ninguna ventaja. Como sucede con el gladiador que, pese a sus heridas, vuelve a combatir.
Heidegger se detiene en la utilidad de lo inútil y nos dice que: “Lo más útil es lo inútil”. ¿Qué uso práctico tiene la poesía en el mundo moderno? Diría que casi ninguno comercial. Nos mueve otro sentido: hacerla significa elevarnos a un ámbito que trasciende lo que llamamos realidad. “Es apostar todo a lo desconocido”, decía Roberto Bolaño.
El japonés Kakuzo Okakura, en su Libro del té (1906), en un capítulo dedicado a las flores, supone que la poesía amorosa tuvo su origen en el momento en el que nació el amor por las flores: por eso todavía es tan hermoso regalar flores: "Al ofrecer a su amada la primera guirnalda, el hombre primitivo se eleva sobre la bestia; saltando sobre las necesidades burdas de la naturaleza, se hace humano; percibiendo la sutil utilidad de lo inútil y así entra en el reino del arte”, dice el libro La Utilidad de lo inútil.
En Q18 ha sido un orgullo publicar a autoras que pasaron una rigurosa selección, que en algunos casos, publican por primera vez y ya son parte de un movimiento que crece en todo Quintana Roo.
Siento orgullo por esta antología que trae versos como: “Nadie tejió la noche”. O que dice que: “En Cozumel la noche puede ser infinita”. O aquellas: “sirenas de cloro y azulejo que no aprendieron a nadar en el mar”. O que “La noche sin tiempo destila su armonía en secretos alambiques de silencios”.
Desde Vértice, una editorial independiente, ponemos este granito de arena a la cultura de Quintana Roo, que se suma al dossier de Carlos Hurtado, el concurso de cuento Rafael del Pozo y Alcalá, la Antología Q18, en pos una manera de aportar a la sociedad, de trascender y recoger el esfuerzo de estas mujeres soñadoras que tejen y desean la vida con sus palabras.
Días atrás ofrecí unas palabras en las que acudía a la vieja pregunta: ¿Qué es la poesía? ¿Para qué hacemos poesía? Los que la hacemos, o intentamos acunarla, los que apostamos a todo o nada por ella, no entenderemos nunca el rol que la poesía desempeña en nuestras vidas, en las vidas de los demás ni en las vidas de quienes nos sobrevivirán.
Para ello acudo a otro libro que leí recientemente sobre el acto de crear. Y pone como ejemplo a las abejas, que atraídas por la fragancia de las flores, se posan en una y otra, facilitando sin saberlo la reproducción. Es sabido que, si las abejas se extinguieran, no sólo las flores, sino también los pájaros, los mamíferos pequeños y los humanos probablemente dejarían de existir. Ella no conoce el papel en este rompecabezas. La abeja se limita a ser. Para resumirlo, vemos sólo una pequeña parte de lo que hacemos.
El brazo de la poesía es infinito y difícil de dimensionar cuando se hace con pasión. Se podrá hacer sin técnica, pero nunca sin pasión, dolor, alegría o empatía.
En pocas palabras, quizás no podré sostener esta “inutilidad”, como decía Ovidio, pero deseo haber sembrado, en otro soñador, otra soñadora, la idea de que la vida está para eso: para dar rienda suelta al deseo de usar los dones, desplegar las “inutilidades” que tanto amamos y dejar un rastro, aunque efímero, de estas palabras, esa fiebre dulce que nos hace sentir tan, pero tan vivos y únicos, como las abejas, que no entienden la grandeza de su pequeña obra de vida en la que colaboran.
Mientras, en las ciudades las personas corren y son prisioneras del tiempo, nuestros los libros que yo he acunado, volaron gracias al deseo de llevarnos a otros cielos; nadaron y nos dejaron en misteriosas costas.
Mi literatura, mis antologías tal vez son sumamente “inútiles” para el mercado de lo efímero y lo banal, sin embargo, son de gran utilidad para las noches de desvelo, para los días en que se necesita una tabla salvadora. Una tabla de esperanza. Un verso. Unas hojas en la mesa de la memoria colectiva. Deseo, siempre deseo, que este milagro multiplicará e inspirará.
Participación Lil Fernández
Presenta sus libros: Monstruo de agua (cuento) y Bienes raices y otros poemas (poesía)
Semblanza
(Ciudad de México, 1970) es novelista, poeta y cuentista. Su formación en psicología enriquece su visión aguda y sensible de la condición humana que atraviesa toda su obra. Ganadora de la primera mención del Premio Estatal de Cuento Rafael del Pozo y Alcalá (2022) y del prestigioso Premio SASIL de Letras, otorgado por el Consejo Ciudadano de la Cultura y las Artes de Quintana Roo (2024). Ha publicado la novela El laberinto, la cebolla y el hámster (2012), el poemario Bienes raíces y otros poemas(2024) Editorial El Dragón Rojo y el libro de cuentos Monstruo de Agua y otras historias de fondo (2025) Malix Editores. Su novela inédita Esa luz que te abraza (2022) se encuentra próxima a publicarse. Sus cuentos, poemas y relatos han aparecido en revistas literarias como Kametsa, Vértice (Grupo Pirámide), SOMA y Tropo a la Uña, así como en las antologías Ladro, luego escribo de Malix Editores (2021, 2022, 2023 y 2024), Antología Poética Quintanarroense: Q36 (2023, Vértice) y en Mujeres Poetas Quintanarroenses (2025, Vértice). Además de su labor literaria, Lil Fernández es docente, conferencista, tallerista y creadora de contenido, siempre dispuesta a compartir su pasión por las palabras y el arte de contar historias.
Participación de H. Samuelson
Presenta su participación en: Ladro, luego escribo VI.
Semblanza
En su vida adulta, descubre el poder del bolígrafo. Su escritura no es solo una forma de contar historias, sino su manera de existir. Cada personaje que crea es una dilatación de sí mismo. Ha publicado cuentos en revistas culturales y en las antologías de Ladro, luego escribo desde el lanzamiento del primer volumen en 2019. Su mayor aspiración es que su nombre se recuerde, no solo como un narrador, sino como alguien que habita sus historias. Cada cuento es un portal, una invitación a vivir otra vez. Para él, la lectura y la escritura son la única forma de vencer la mortalidad.
Hay fuerzas que no elegimos, pero que nos habitan con la precisión de una herida. Fuerzas que se instalan en lo más íntimo, que avanzan sin pedir permiso y que moldean nuestra voluntad desde adentro. No tienen rostro, no negocian: simplemente actúan. El siguiente poema nace de esa zona donde el cuerpo y el impulso se confunden, donde la decisión se vuelve tensión y donde algo —más antiguo que nosotros— reclama su sitio. Más que describir un sentimiento, intenta escucharlo en su forma más cruda: como una presencia que nos fractura y, aun así, nos sostiene. Con esa premisa lo comparto:
Dentro
un golpe seco
debajo de la clavícula
te afianzas
en el pecho
un roce
que dicta
me llevo la mano
al estómago:
abriste un tajo
sin aviso
respiro
tomas el aire
fracturas mi pulso
empujas
hacia donde arde
permanezco inmóvil
mientras avanzas
filo
abre mis vísceras
cierro la boca
para no llamarte
y aun así
desciendes
y me quiebras
Participación Gabriela Segura
Presenta su libro: Mis Gallardo rojos
Semblanza
Cuando baila, hace poesía; cuando emula movimientos cadenciosos, arrastra la pluma. Es una intensa inquisidora de lo más abstracto y víctima apasionada de la sensibilidad estética. Intensamente enamorada del flamenco, desde niña siente un amor por las letras, su ritmo y su profundidad. Estudió en la UDLA Humanidades, diplomada por Universidad Iberoamericana en Teología y maestra en Filosofía, es parte de Malix Editores desde 2019 y ha publicado en diversas antologías. Su novela Mis Gallardo Rojos de Malix se presentó en Ficómics Buap de Puebla (2024) por Ybooks en un formato de animación, banda sonora y realidad aumentada. Actualmente escribe su segunda novela, En Secrecía.
Bailar y escribir son mis dos formas para irrumpir desde lo profundo a lo superficial. El ritmo de la danza acompasado con la cadencia de las letras permite expresar lo inefable. Así, en mi novela Mis Gallardo Rojos, develo el deseo del pueblo gitano, su fuerza por preservar sus tradiciones y resistir desde la marginalidad. Basta recordar la escena en la que, la bailaora, Mara Rey, antes de que Mistral salga al tablao, le advierte: “Recuerda que te debe doler bailar, ¡el que diga que no sufre el flamenco es mentira!”. Y es justo ahí, en los territorios inhóspitos del ser humano, donde me parece que puede darse un resurgimiento.
El lenguaje y su ritmo, evoca precisamente lo mismo que el cante y la poesía.
Como autora, me descubro reflejada en mis palabras: he comprendido que mi vida sin un sentido estético carece de esencia. Mi existencia está marcada por una cadencia, gestos, palabras. La música, el movimiento determinan mi forma de ser en el mundo y de habitar mi cuerpo. En la escritura sucede lo mismo con las letras. La idea que tuve en mi novela de abrir cada capítulo con un cante es, justamente, porque cada uno, como los palos del flamenco (estilos) marca un carácter, una emoción y su poesía despierta alegría, tristeza, nostalgia. Así sucede con los cantes su forma poética abre una atmósfera y contagia al lector de una rítmica siendo capaz de metersele en el alma. Creo que las palabras correctas, como los movimientos adecuados son los que hacen que nos sintamos seducidos, porque hay detrás de ellos un compás, una melodía.
Espero que mis poemas al igual que mi narrativa, logre transmitirles mi pasión y respeto por el flamenco y las letras en esta escritura danzada.
Yo que era tu musa,
tu diosa descalza, confidente, amante.
Me elevaste alada siendo trivial.
Mortal y efímera
me confiaste en los peldaños
junto a diosas greco-romanas.
Fui lienzo de tu arte,
barro para esculpir con tus manos,
algodón con qué hilvanar tus sueños.
Hoy sólo quedan añicos de mí.
Me desplomo de tu cielo
convertida en arcilla informe.
Sonrisa desdibujada, ojos lúgubres, muerte preanunciada.
Desdibujo en el cielo
los besos que me
robaste.
Sobre mi figura
esbozo tu sonrisa cándida.
Rememoro tus manos,
pinceles que trazaban mi silueta,
bailando en una cadencia insoportable
evocando nuestros cuerpos.
Esculpo esos sueños
en un trozo del firmamento.
Busco en el anochecer
la constelación que coquetea
en la ventana de mi ombligo.
Al universo susurro
con mi aliento
lo acompasado de nuestras caricias,
imaginadas
en una sintonía astral irrevocable.
que tus sueños no se rompan,
que tus amaneceres estén cobijados,
y el amor no se torne necesidad,
si vuelas
que sea por un orgasmo,
y si bailas
por un delirio,
de fuerza abrasadora
de calor y llamas
Deseo
que tus ojos miren como me miraban
aun si ya no estoy,
que tus atardeceres estén llenos de claroscuros
y el néctar de la miel cubra tus labios
y tengas noches con estrellas
siendo la luna tu mejor aliada
Deseo
que el amor que amabas
no sea en tu consciencia hoy un hueco
un vacío en tu alma
un estorbo en tu existencia
que seas feliz conmigo
o sin mí
Deseo…
te deseo
pugnando por ti yace mi cuerpo.
En el abismo del quicio, la zozobra
y el dolor calcinado,
encuentro tu mirada desviada
esa que antes se perdía en mí.
Navego en el recuerdo de noches inestables,
y me encripto en la desolación de tus besos iracundos.
¿Por qué en ese instante varado vislumbré lo inteligible
y creí poseer la Episteme de nuestro Eros?
¿Por qué termino siendo una entelequia,
una alegoría y las cadenas de una encalladura?
Quizá sólo fui la pantalla de esa caverna platónica
desdibujaba
lo que fuera nuestra adoración otrora.
Camelias petrificadas en el anodino precipicio de una
pasión
que traspasa los límites de la cordura.
Un día me advertiste que me abismarías en tu desazón,
no hay consuelo para un corazón inválido.
Tu mirada se aleja devastada.
no hay vuelta atrás.
Premonición
ese concepto huidizo que secuestra mis
recuerdos,
y me aleja de tu cuerpo.
Ejercito mi memoria para no olvidar el
sonido
de nuestros gemidos al estremecernos.
Para oler tu aroma,
que impregna mis mañanas y alienta mi
deseo.
Ejercito mi memoria para escuchar tu
risa,
revoloteando en mi cabello.
Para poseerte, aunque sea un instante,
y no perderme solo en tu recuerdo.
Sin ti, ¿para qué quiero la memoria?
Vuelvo a tu territorio ávida de alborozo,
Orquídeas somníferas habitan tu pecho,
Rugidos estridentes eximen mi tacto con estupor,
Tus manos se vuelven arábigas danzantes,
Galopante kryptonita son mis pechos gravitando,
Insignia triunfante tu virilidad en mi centro,
Nefertiti expuesta en lo íntimo de un colapso,
Erupción sublime y repentina: orgasmo consumado.
En ausencia de Lorena Careaga Viliesid compartimos su presentación:
Presenta su libro Crónicas de Ambarluna
En 2021, y con el apoyo siempre cálido y profesional de Editorial Malix, Lorena Careaga publicó su primera obra literaria: Crónicas de Ambarluna. No es poesía, pero hay lenguaje poético; no es novela, pero podría ser una bitácora novelada; no son cuentos, pero cada capítulo es una narración en sí mismo.
Si le preguntáramos, la protagonista diría que todo comenzó con un dije. Engarzada con sencillez, la piedra —al principio ella creyó que era una piedra— colgaba de una fina cadena de oro, rezumando fulgores ocres y un aroma resinoso. Él, su amante, la definió como “ambarluna”, mientras colocaba el dije alrededor de su cuello.
Crónicas de Ambarluna narra la historia de la relación amorosa entre esta mujer y su amante, un hombre misterioso que le regala una joya, que la atrae y la ata irremediablemente a él. Es, al mismo tiempo, una reflexión sobre la seducción, los placeres amatorios y el erotismo, en la que coexisten y se entrecruzan la ciencia, la astrología, el arte, la historia, la antropología, la literatura y hasta la gastronomía.
.png)














Comentarios
Publicar un comentario